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jueves, 14 de marzo de 2013

ESTE JUEVES, UN RELATO: Las manos




Tu mano puede golpear o acariciar. Alguien lo dijo alguna vez y quedó registrado como una gran verdad.
Es cierto, pero depende de lo que nosotros elegimos.
Claro que, en primer lugar, no hay ninguna razón para golpear a nadie, ya que esas mismas manos pueden ser portadoras de una caricia y la decisión de hacerlo así, brota enseguida en nosotros. Es cuando elegimos bien.
Pero no sólo se lastima cuando esas manos apelan a la fuerza, a veces una palabra mal dicha, una ofensa involuntaria o no, duele más.
Nos sentimos mucho mejor cuando notamos que se unen para acompañar un ruego y pueden ayudar a nuestro pedido en silencio, y son también las que en una despedida, o en un adiós, dicen de nuestro sentimiento al separarnos, y las que anteceden al abrazo con que damos nuestra bienvenida.
Hablan siempre por sí solas, en completo silencio cuando brota de nuestro corazón una alegría que nos lleva a una caricia y cuando en un gran dolor, se unen para un consuelo que nos ayuda a mitigar la pena que se siente.
Muchas veces la palabra no es necesaria para expresar lo que sentimos, basta con colocar esas manos en forma espontánea en nuestro pecho –como quien frece su corazón- y son las mismas que se anteponen delante de nosotros como una posible defensa ante algo que no queremos.
Sucede en nuestra vida momentos que pueden ser tristes, sin querer, esas manos se retiran impotentes a nuestro costado y dicen de nuestro pesar, pero son las mismas que ante una alegría repentina, se juntan en un aplauso.
Dejemos que en nuestro futuro esas manos ofrezcan más caricias que golpes, más aplausos que decepción. Con eso basta.



Más relatos manuscritos, en lo de Dorotea

jueves, 7 de marzo de 2013

ESTE JUEVES UN RELATO: Relatos al viento



En el transcurso de esta vida que nos toca vivir, y sin quererlo, acuden a nuestra memoria, cosas que pueden ser simples, o no, cosas que creíamos que ya no existían, pero que estaban adormecidas en algún rincón de  nuestro corazón y sin que nos lo propusiéramos, aparecen con toda nitidez: recuerdos del ayer, nostalgia de viejos momentos vividos que, aunque lejanos, están ahí, y vuelven sin que sepamos por qué.

Hay cosas que, sin quererlo, perduran. Su destino era el olvido, pero en cambio resurgen y quedan registradas en un muestrario, completo e intacto, nada se escapa, y así seguimos recordando, con la sensación que estamos contándole a alguien que está junto a nosotros, como si habláramos en voz alta… pero estamos solos, no vemos a nadie cerca, hasta que caemos en la cuenta que en definitiva, estamos hablando con el viento.

Llega entonces un momento en que nos parece que mejor sería no tener recuerdos, aunque luego, pensándolo mejor, comprendemos que peor sería no haber sentido nunca nada. Y no sentir nada, debe ser triste, mucho más triste que todo aquello que pudo ser grato y no lo fue.

Si pudiera, le pediría al viento que se lleve todo lo que no merece ser recordado. Podría ser una buena idea…y si pudiera, también le pediría que los malos momentos fueran arrastrados por el olvido bien lejos, para que no volvieran jamás.

Más relatos al viento en lo de Juan Carlos