
La satisfacción
de escribir lo que sentimos y el poder hablar y comentarlo, de por sí nos
alegra al notar que nos permite constatar que toda idea o plan para ser
desarrollado, puede tomar forma y comenzar a tener vida.
Basta
saber que esos pensamientos nos acompañan en todo momento y así podemos
comprender que el uso que le demos puede ser -si queremos- amplio, útil e
infinito.
Si sentimos
que de golpe, ha nacido en nosotros algo así como un sueño, una ilusión o un
deseo y podemos expresar esa idea, nos daremos cuenta que los límites no
existen, que somos libres de pensar y el horizonte soñado ya no estará tan
lejano.
Esos
sueños, deseos e ilusiones ya estarán tan integrados en nosotros que aunque nos
lleve toda una vida para que se concreten, estarán… y eso es lo importante: que
se mantengan y no mueran nunca. Así sabremos que la verdadera meta de esos
sueños es que existan y perduren y las ilusiones soñadas siempre tengan
vigencia.
Alguien
dijo alguna vez: “todo lo que tiene el árbol de florido, vive de lo que tiene
sepultado”. Sí, es cierto, pero también consideremos que no basta contemplar la
flor sin pensar que hay una raíz que la nutre y le da vida.
Es hora
que comencemos a valorar a ambos: esa flor y esa raíz se necesitan ya que una
nace de la otra y esa otra, le permite que viva.
Así deberían
ser nuestros actos y sentimientos no basta que estén adormecidos en nuestro
interior, porque así nunca podrían mostrarse y darían lugar a pensar que no
tienen vida. En cambio, si esos sentimientos toman cuerpo a través de nuestras
letras y florecen, olvidándose de su permanente silencio, entonces podremos ser
por siempre los dueños de un jardín que servirá para que todos lo disfruten.
Entonces
veremos que para las buenas intenciones, los límites no existen.
Más relatos, en lo de Rossina