
Imaginemos por un momento,
que nos encontramos de improviso en un bosque.
Chico, grande, no importa
cómo. Simplemente, un bosque, con todo lo que encierra en su interior y que de
hecho, no conocemos.
Nos preguntamos: ¿qué habrá
en él?
Con la ayuda del tiempo, que
irá pasando, lo sabremos, de a poco, paso a paso, minuto a minuto, y de esa
forma lo iremos conociendo. Nos llevará mucho tiempo, tal vez, entender y
aprender sus secretos, cómo es su interior, aún en lo más espeso y tupido que
sea su follaje, y de a poco podremos hasta orientarnos y conocer y elegir el
lugar que más nos convenga para planificar los pasos a seguir en un futuro
incierto.
En este tipo de meditaciones
que realizaremos se nos ocurre pensar en lo que puede pasarnos con nuestra vida
a vivir en un futuro.
Volvemos a pensar en ese bosque
desconocido que se asemeja a esta vida –la nuestra- tan incierta que no nos
promete ningún tipo de seguridad.
¿Qué tenemos? –nos preguntamos-
¿Qué nos depara esta vida? ¿Alguien sabe de ese futuro? No, nadie lo sabe. Puede
ser breve o no, grato o amargo, pero pensamos otra vez en ese misterioso bosque
que recordamos.
Nos queda el deseo de pensar
y esperar que los días venideros puedan transcurrir con la mejor y mayor paz y
no nos sintamos prisioneros de esa maraña impenetrable que nos asusta.
Sólo pedimos que ese mañana
que soñamos sea todo lo grato que pueda ser.
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