Si pudiésemos ver lo que hay debajo de la piel de un
deportista, para saber qué quiere ser y a lo que quiere llegar, la lista de motivaciones
sería enorme.
Podríamos hacer una selección de razones que lo llevan a
intentar alcanzar su sueño. Uno de los motivos principales sería el deseo de
vencer, no tan sólo por el triunfo en sí, sino por ver el resultado final de su
esfuerzo, por saber que ese objetivo que se había propuesto pudo cumplirse y
tener la satisfacción enorme que significa el comprobar la llegada a esa meta
que tanto se deseó, al punto de decir mentalmente, “pude”, “supe”, “soy capaz”.
Esa actitud como deportista, en forma indirecta nos permite
razonar y nace en nosotros algo nuevo, hasta entonces desconocido.
Al margen del triunfo en sí, comprobamos que en la vida
diaria, dejando de lado lo deportivo, también hay logros que pueden alcanzarse
luego de haber sido soñados. Es el nacimiento de un tipo de voluntad ejemplar
que nos enseña que en el enorme panorama de posibilidades que podemos alcanzar,
no existen imposibles. Que la distancia entre el primer intento y la meta
alcanzada no resulta infinita.
Pero como sucede en la vida de todo deportista, necesitamos
prepararnos de a poco, día a día, con constancia para el triunfo y la
superación que buscamos.
Tanto dentro del deporte como fuera, el intento de alcanzar
el objetivo final resulta ser un incentivo que nos impulsa a seguir adelante.
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