A todos nos tocó transitar por un camino que, entendemos, ya
estaba establecido cuando vinimos al mundo.
No pudimos elegir el lugar ni el tiempo y tuvimos –sí o sí-
que seguir para adelante. Nadie nos preguntó si estamos de acuerdo o no, ya había
sido establecido de antemano el camino a seguir. Ya estaba marcado y no pudimos
apartarnos de él aunque lo hubiéramos deseado.
El paso del tiempo irá mostrando la senda recorrida, es
decir, lo vivido y lo ha vivir ya está, no queda tiempo para corregir, ni siquiera el más leve de los retoques. ¿Qué nos aguarda?
El hoy y el mañana, tal vez.
Podríamos decir que ese hoy lo vamos conociendo a medida en
que lo vamos experimentando. Hay veces que en nuestros pensamientos nos parece
que somos los dueños de nuestros actos y creemos que tenemos la satisfacción de
“elegir” y poder planificar lo que nos parece mejor, aunque a veces “a
sabiendas o no” elegimos mal el derrotero.
¿Qué nos queda entonces? Ese ayer se fue, el hoy está como
nuestra piel, acompañándonos en cada momento, y el mañana ¿quién puede
detallarlo? Si lo hay ¿Cómo será? ¿Merecerá la aprobación de los demás o será
motivo de quejas de todos aquellos que a nuestro lado están atentos para
juzgarnos aplaudiendo o censurando nuestro proceder? ¿Qué podemos hacer
entonces? Nos sentimos incompetentes. Si pudiéramos corregir todos los errores,
sería el gran remedio, y estaríamos en paz. Nos quedaría entonces el mañana…
¡Si lo hay!
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