Si tuviésemos que hacer un resumen de nuestra vida,
tratando que no se escapara ningún detalle, necesitaríamos dos tipos distintos
de listas: en una trataríamos que estuviera registrado todo lo bueno que
pudimos hacer en nuestro diario vivir, todo absolutamente todo, pero buscando que
fuera la pura verdad, sin omitir nada, ni siquiera lo más mínimo, aunque nos
pareciera que no tiene importancia.
Haríamos una lista de forma que la sinceridad sería el
principal ingrediente, dando lugar a que no se nos escape nada ni tampoco se
agregue nada a favor porque sí.
Lo importante sería que mostrara todas las virtudes
que pudiéramos tener, grandes o pequeñas, simples o importantes, para que
quedara al final de su confección, un detalle completo y real de cómo somos.
Si se diera el caso que alguien tuviera que opinar y
juzgar lo vivido por nosotros, tendría allí la verdad y podrían saber y juzgar
cómo fuimos. Con la satisfacción de haber sido sinceros cuando hicimos el
inventario de nuestros buenos actos podríamos ocuparnos de hacer otra lista,
simple o detallada de lo otro, lo que no debió ser, pero fue. Lo que a pesar
del paso del tiempo, no pudo ni borrarse ni cambiarse.
Pero como en el caso de la otra lista - la de las
cosas buenas- estaría registrada la verdad, sin omitir nada y podrían verse allí
los posibles errores que tuvimos.
Entonces, al final de esas recordaciones, sólo
quedaría poner a cada una un título, que resuma y defina lo que fue, una diría
con letras bien grandes y legibles todo lo grato que fue y aunque reconociendo
que podría haber sido más amplia. Y en la otra bastaría poner unas pocas
palabras que digan “para olvidarse”…aunque mejor sería romper esa lista y hacernos
la ilusión que nunca existió.
Hay cosas que no debieran existir, pero existen y su
destino final debiera ser uno solo, EL OLVIDO. Nos puede costar hacerlo, pero
si lo conseguimos, no hará falta nada más.
Más relatos, en lo de Charo