(imagen sacada de http://vistarosario.wordpress.com/category/esquinas/)
Una mañana
cualquiera. Sol. Una esquina elegida al azar, y allí, como en un imaginario
atalaya, comenzar a mirar para ver en un policromo conjunto, el reflejo del
diario vivir, en un incesante desfile de cosas. Cada una con su vida propia
encadenada una tras otra en un continuo seguir.
Un ciclo tras otro
en fantástica procesión que no deja ver ni principio ni fin a todo cuanto la
compone.
¿cuántas cosas
pueden verse?...es infinito el muestrario, son movidas y llevadas por un viento
invisible que las desparrama, las separa y las vuelve a reunir, en la misma
rutina de siempre, de todas las horas y de todos los días.
Mirando hacia un
lado cualquiera de la esquina, esas cosas pueden verse entremezcladas en medio
de un desorden que parecería que no tiene lógica ni sentido, porque es algo comparable
al vuelo continuo de mil gorriones que se cruzan, van, vienen, pero que,
observando con cuidado, se ve que todo tiene un punto de partida, una ruta
prefijada y un destino delineado.
¿y qué puede
verse?...por un lado, es encontrarse con la prisa tempranera matinal de algunos
guardapolvos blancos que corren presurosos a la escuela en un postrer intento
de llegar a tiempo, ganándole a la campana que quiere llamar.
¿y todo por
qué?...por ese ingenuo e inocente deleite de disfrutar de algún minuto más en
la tibieza del lecho que les dio ese calorcito tan compañero, tan amigo de su
piel y de sus cortos años.
Y allá van por su
camino, llenos de un querer llegar a tiempo, mientras que en sentido contrario,
como contraste, el paso lento y vencido de ese anciano que por rara paradoja,
desprovisto de toda urgencia, va en busca de su lugar en alguna plaza o en el
sitio acostumbrado de reunión en demanda de ese pedacito de sol cotidiano que
ya forma parte de él.
¿y por qué
apurarse?...¿acaso no lo hizo tanto cuando fue necesario, durante una vida para
cumplir con una obligación?
Pero todo se
compensa. Otro, en su lugar, por rara coincidencia, más joven, quizás, pero
como recogiendo una posta imaginaria, vuelve a hacer lo mismo que aquel hizo
antes, años atrás, y va a su destino esbozando una mueca amarga de un cansancio
que empieza a despertar y que habrá de acompañarlo por siempre hasta que llegue
el momento -todavía lejano- de buscar, él también, su cuota diaria de sol.
Pero no para la
vida en esa esquina, palpita en una legión de chicos corriendo en pos del
alocado vaivén de una pelota esquiva que va de pie en pie, en un eterno desafío
para ver quién puede sentirse su dueño y dominarla a voluntad. Gritos, un derrochar
de energía y correr y correr sin pensar en otra cosa, sin ocuparse de un
mañana, de ese mismo mañana que está siendo el tema obligado de esos novios que
transitan entre tantas corridas y entre tantos gritos, que no alcanzan a tapar
sus cuitas y sus eternas promesas de amor, ajenos por completo del resto de
cuanto allí sucede. Están también, a modo de un enorme marco que rodea a todo
cuanto pasa, esa larga fila de árboles que hoy pueden ver caer sus hojas como
en un eterno adiós y que habrán de renovarse en su momento, en las nuevas, que
brotarán verdes y lozanas para volver a ocupar en otro ciclo el mismo lugar que
otra semejante vivió su corta vida antes de caer para siempre sobre las
baldosas.
¿y qué no decir de
esas misas baldosas, donde tantas hojas cayeron? ¿cuántos sueños nacieron sobre
ellas, y cuántos murieron sin alcanzar a nacer siquiera?
¡Una esquina! Una
esquina puede llegar a ser una galera mágica de la que se extraen todo tipo de
personajes que parecen darse cita para reunirse en el mismo lugar.
¡la obligada barra
de la esquina! ¿pudo haber alguna vez conjunto más parlanchín y vocinglero que
esa barra que desgranó en la esquina todo cuanto tema fue presentándose en cada
etapa transcurrida de la vida? En esa esquina que fue el segundo hogar, la
primera escuela ¿quién no la integró a alguna vez? Pudo ser en un juego de
rayuela o luciendo orgulloso un barrilete, fue seguir creciendo y sucederse en
una extraña mezcla de cigarrillo, sueños, romance…lugar obligado de la primer
cita amorosa ¡de aquel primer beso robado! Y también, por qué no, de la primer
desilusión. ¿de qué cosas supo ser testigo? ¡de tantas! Si hasta pareciera que
en las paredes que le dan forma quedaron grabados para siempre hechos y
recuerdos que pasaron dejando su marca inalterable pese al paso del tiempo y
ahí, con ella, están juntos en nuestra memoria, los mejores momentos vividos…esos
que nos hacen decir de grandes ¡cuánto pudimos hacer de chicos!
Es un ayer y hoy
amalgamándose en un recuerdo que no muere a través de los años, siempre
vigente, que nos hace detener -a veces- y mirar en el tiempo, hacia atrás,
recordando…porque no debe haber sitio que se preste más a la nostalgia que esas
dos calles que se cortan formando una gigantesca cruz y que agrupan en una
esquina -por la que anduvimos y pasamos- lo que no puede ser más simple…pero no
por eso, menos profundo…un ayer, una lágrima y un adiós estampados como a fuego
por siempre y para siempre.
En la esquina, donde parece que dos mundos se cruzan. Parado y observando descubres muchas cosas.
ResponderEliminarMuy buena la entrada Eduardo, un abrazo.
Te agradezco por tu amable comentario.
ResponderEliminarUn abrazo.
Eduardo
En una esquina pasa la vida, se juntan los mismos personajes cada día y otros nuevos aparecen por primera y última vez.
ResponderEliminarLa misma gente en la parada de colectivo, los chicos que corren a la escuela, los que que se juntan a charlar ... . Cuantos recuerdos guardan las esquinas!
Años que no leía la palabra "vocinglero", hermosa palabra.
Un abrazo, nos encontramos en la próxima esquina
=D
Con sol, con lluvia, a no faltar!
EliminarSaludos.
Eduardo, desde el perfil de mi hija
A veces he hecho lo mismo, solo que sin contarlo tan bien como tú, y he observado las vidas que cambian de rumbo, las indecisiones que genera o la indiferencia que suscita una esquina.
ResponderEliminarSaludos
Hay esquinas que nunca se olvidan, se guardan debajo de la piel.
EliminarEduardo, desde el perfil de mi hija