Hay amores que lo tienen todo. Todo se comparte, desde
la primer mirada, cuando nace y se transmite, hasta cuando se vuelca y se da de
una sola vez, en perfecta comunión.
Como es un don que recibimos al nacer, está dentro de
nuestro corazón o de nuestra alma, porque alma y corazón, corazón y alma,
pueden ser la misma cosa, tal vez porque así lo dispuso Dios.
Ese amor está adormecido algunas veces, no comenzó a
florecer todavía, otras veces está puro, porque no alcanzó a despertar y está
sano aún, otras se encuentra pleno, lleno de vida, y al no tener lugar donde
morar, sentimos que empieza a rebalsarnos, busca irse en post de ese otro que
tiene que llegar en su reemplazo, ya que siempre necesitamos uno: el que
teníamos antes de que lo diéramos, o el ajeno, cuando hicimos el cambio.
Pero hay veces, que nos damos cuenta de pronto, que
dimos el nuestro sin saber, sin quererlo, se nos fue!
Él elige, manda, no admite órdenes de nadie, no le
podemos decir que vaya hacia aquel lado o hacia el otro, no obedece, busca por
su cuenta, encuentra a lo que quiere y se refugia en el lugar donde encontró el
calor que le faltaba para seguir viviendo, y nos damos cuenta -de golpe- al
reaccionar, de que no debió ir a dónde fue, de que en ese sitio no puede ser ¡está
prohibido!
Tratamos de llamarlo, razonamos, le hablamos, le
pedimos que vuelva, tratamos que comprenda que ese no era el lugar correcto, y
no nos escucha.
Le gritamos, le queremos ordenar, a veces llegamos a
la súplica, le decimos que ese sitio es imposible, y aún así, nos oye pero
sigue estando donde no debió ir.
Sentimos como una impotencia, como un abandono, como
un querer huir, escondernos, escapar, pero no podemos, algo nos ata, algo nos
inmoviliza, seguimos viéndolo, nos mira como queriéndonos decir que encontró el
lugar justo que necesitaba, volvemos a decirle que no, que no puede ser, que no
tiene sentido, que es una locura, que es irrazonable, pero tampoco…
Se nos fue, nos dejó solos, y comienza nuestro
padecer, nos falta algo que ocupe su lugar y con pena vemos que empieza a
anidarse en nosotros el temor. Aunque no tengamos culpa, buscamos silenciar
ante los demás su fuga ensayamos una disculpa como intentamos convencer a
nuestra conciencia que no tenemos nada que ver, pero seguimos sufriendo, nada
sirve ya, sólo nos quedan suspiros, tristezas, un sabor amargo. Ya no vivimos, apenas
parecemos una cosa, algo sin vida, algo hueco, algo frío, indiferente.
Pero ¡cómo lo miramos! Quisiéramos odiarlo, no verlo,
y no podemos apartar nuestro pensamiento de él, nos gobierna, nos esclaviza,
nos castiga, nos hace llegar hasta las lágrimas, lo detestamos.
Si pudiéramos golpearlo, lastimarlo, torturarlo…lo
haríamos con gusto, pero no podemos. Hay algo más fuerte que nos frena y como
consuelo decimos ¡buscaremos olvidar, de a poco, sin que nos demás cuenta! Pero
no, estamos aniquilados, destruidos, casi muertos y sin fuerza, y a pesar de
todos alcanzamos a murmurar: ¡Bendito amor!
¡Cuánto sufrimos porque sabemos que no puede ser!,
pero ¡Bendito amor!
Lloramos, ya ni vivimos, no somos nada y como si fuera
lo último que vamos a decir en la vida, repetimos otra vez, como un rezo ¡Bendito
amor!
Y así y todo… todo, un amor imposible, nada más…pero
¡Bendito amor!
¡Díscolo corazón…!
ResponderEliminarNuevamente dibujas la melancolía con pinceladas claroscuras, y nuevamente me gusta tu forma de decirlo todo, sin decir nada. Es la magia que tiene la palabra, abrir puertas para que otros se cuelen por el ojo de la cerradura, y dejar que su musicalidad te descubra mil secretos ya dormidos.
En esta noche de soledades sostenidas y recuerdos indelebles, tus palabras son algo más que simples palabras…me alegra haberlas encontrado.
Y ahora dime, si todo estuviera descubierto, si no hubiera una puerta trasera que te lleva a un infinito peligrosamente tentador, qué sería de nuestras lineales vidas.
Ha sido un placer leerte.
Un abrazo desde la ventana.
Magnífica carta. Has descrito de una forma muy minuciosa, los detalles de los amores que se nos van, los que eligen otros caminos que no están trazados, los esquivos. Pero todos añorados cuando no tenemos ninguno...
ResponderEliminarSaludos.
Compañero, vengo de la mano de Mónica, humildemente traigo un café y un saludo.
ResponderEliminarCreo que ni los griegos, que por aquél entonces "lo sabían casi todo", pudieron definir el amor; pero tampoco pudieron con lo bello.
Será que somos algo masoquistas, algo que duele tanto y si no lo tenemos lo necesitamos como a la vida misma.
Un abrazo.
Hola Eduardo, llego desde el blog de Mónica y me ha sorprendido gratamente encontrarme con cartas, apenas nadie ya las escribe, sin embargo dejan una sensación de intimidad y cercanía que no la dan otros formatos.
ResponderEliminarMe han encantado tus cartas, tu forma de describir el amor y los giros que da el corazón.
Con tu permiso me quedo por aquí.
Un saludo
Ta que lo tiró! es asi, hace lo que le da la gana! Y uno se pone como loco haciéndole señas y se queda sin voz gritándole ... en vano claro, desde lejos nos mira con asombro y nos hace montoncito con los dedos: "que querés?"
ResponderEliminarJa, hasta parece gracioso contado asi, pero si que duele caray.
un abrazo
El amor siempre vale la pena. Pero la pena sin amor no vale.
ResponderEliminarHumilde opinión.-
Vuelvoa decir que sus escritos son muy expresivos.
Se percibe una carga emotiva muy fuerte.
Bienvenida sea.
Saludos