Decidimos los dos, de común acuerdo,
separarnos y quedamos en encontrarnos otra vez para que fuera ¡la última vez!
Nos citamos para decirnos adiós y para eso
fuimos: ¡a decirnos adiós!
Fuimos, nos vimos y no pudimos nada…
Cada uno de nosotros iba para decir algo, un
reproche, un argumento que justificara un adiós, algo y ese algo que tenía que
salir de nosotros, no salió y en cambió agregamos a lo nuestro una cosa más
¡fue un adiós que no se dijo! Pero agregó
una espina más.
Yo esperaba ver tus lágrimas, pero quedaron
tuyas, en tus ojos, te mantuviste firme, sin llorar, pero fue inútil porque el
dolor no se fue, y las mías -porque yo también, aunque hombre, sé que las
tengo- tampoco afloraron y hubieran servido para salvarnos a los dos de nuestro
error.
¿Cómo pudimos citarnos en un lugar para
despedirnos?
No entiendo. Cuando dos personas no se quieren,
no se citan para un adiós… basta con la separación, pero cuando buscan decirse
ese adiós que tanto duele -ese que nos oprime el corazón, el “último” adiós) es porque todavía queda ¡y mucho! de todo
cuánto se aparenta querer cortar de raíz -como quisimos nosotros-
¡Y qué error! fue vernos y comprender que no
podíamos ni siquiera mirarnos y decirnos adiós… aunque fuera solamente adiós, para
darnos después un apretón de manos tal vez y nada más, luego detrás el olvido.
¿Pero por qué no pudimos nosotros?
Nos pusimos frente a frente, primero el
silencio, un silencio muy largo…demasiado…ya era demasiado porque nos
destrozaba. Cualquiera hubiese preguntado la razón y nadie hubiera sabido, pero
nosotros ¡sí la sabíamos!
Después vinieron algunas palabras, algunas de
ellas sin sentido, como quien disimula o quiere distraerse o desviarse del
tema, pero fue peor…volvíamos otra vez al silencio que no decía nada
-aparentemente-¡pero lo estaba diciendo todo, de nuestro común error, de
nuestra equivocación, de nuestro enceguecimiento!
¿Cuánto tiempo estuvimos juntos sin hablar o
hablando de nada? Mucho tiempo…y no nos dimos cuenta ya que caminábamos y llovía,
apenas una llovizna, que entristecía más la amarga escena que estábamos
viviendo. El tiempo lloraba por nosotros, por nuestra separación.
Me pregunto ahora ¿cómo no te retuve? bastaba
tomarte de la mano…¡y no lo hice!...y me pregunto también por qué no me dijiste
que no me fuera… ¡cómo te hubiera abrazado! Pero no lo hiciste…y nos fuimos los
dos, cada uno por su lado, de vuelta cada quien a su camino, sólo los dos,
heridos los dos, tristes los dos, arrastrando a cuestas, los dos, otra vez, el
mismo penar del principio.
¿Por qué? ¿Es posible que hayamos podido ser
tan ciegos?
Ahora ya estamos lejos el uno del otro, en
cierto sentido, en lo físico, en lo material…pero hay algo que no se alejó del
todo y que todavía está, aunque a penas llegue a ser algo…¡siendo tanto!
Lo llevamos dentro, no lo hemos podido sacar
ni cuando decidimos vernos por última vez para aquel adiós que no fue y que de
haberlo dicho, hubiera desterrado de nosotros, lo que hoy, se aferró más.
Ahora de nada sirve llorar, ya es tarde,
demasiado tarde…
no me gustan para nada los adioses, sean los que sean, un abrazo
ResponderEliminarHay adioses que duelen, es cierto. hay otros, en cambio, como en este caso que dan lugar a un abrazo de agradecimiento cuando sirven para que nazca una amistad.
Eliminartodo sirve, hasta lo triste.
Depende de cada uno, cómo siente las cosas.
hoy nació algo ¿cuánto vale?
Saludos, Eduardo, desde el perfil de mi hija.
Bueno, a veces estas cosas pasan y no queda otra que aceptarlas e intentar seguir el camino con la mayor alegría posible, todo pasa. Quédate con lo bueno.
ResponderEliminarUn beso desde Jaén.
Muchas veces las cosas ingratas que pasan nos permiten razonar lo suficiente y por contraste, poder conocer y valorar lo que es bueno.
Eliminar¡Todo sirve!
Saludos, Eduardo, desde el perfil de mi hija.
Hola, que tengas un excelente fin de semana, ha sido un placer leer tu blog, es excelente. Te invito de manera cordial a que visites el Blog de Boris Estebitan y leas un poema mío titulado “Muy tarde como para tomar acción”, es un poema sobre un amor que no pudo hacerse realidad.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu atención, te visitaré apenas pueda.
EliminarSaludos, Eduardo, desde el perfil de mi hija.
A veces los impulsos amndan.
ResponderEliminarPor algo fue la cita, y por algo fue el adiós.
Quedó el recuerdo. Que a mí no me aprece poco, sino mucho.
Saludos
El recuerdo, por supuesto, ya de por sí es importante.
EliminarSaludos, Eduardo, desde el perfil de mi hija.
"Y si usted la quiere no es fácil para dejarla
ResponderEliminarhay que sufrirle para dejarla..."
uando el amor acaba es mejor decir adios sin mirar hacia detràs.
ResponderEliminarun abrazo
fus
Hay veces que no se puede.
EliminarSaludos, Eduardo, desde el perfil de mi hija.
Es muy fuerte el peso de la duda, en este caso no saber con certeza qué hubiera sucedido de haber roto el silencio.
ResponderEliminarSi es realmente AMOR, no perece con el tiempo y la distancia; no existe el olvido si la magia iluminó dos corazones...puede que no se hablen, puede que no se vean...pero ahí queda el sentimiento muy a su pesar.
Muy bonita tu carta.
Un abrazo
Muchas veces los sentimientos no se pueden manejar. Hay momentos que lastiman, duelen y perduran, pero mucho peor es cuando no se tienen y no queda nada.
EliminarSaludos
Eduardo, desde el perfil de mi hija.
Decir adios sin poderlo decir. Querer hablar y que las palabras falten, igual el amor sigue vivo de ahí tanta indecisión. No si vive aún, no se puede olvidar.
ResponderEliminarOtra maravillosa carta.
Besos.
Cuando el amor está vivo, las palabras brotan solas, se entremezclan y dejan de ser palabras, se transforman en otra cosa, y eso no se olvida...perdura y une.
ResponderEliminarSaludos.
Eduardo, desde el perfil de mi hija.