Siempre te recuerdo, no puedo olvidar…¡ni queriendo!
Hay muchos pensamientos en mi y necesito
detenerme en ellos para ordenarlos un poco, cuando están tan entremezclados,
cuando se agolpan en la forma de un ramo de cosas tan hermosas como fueron, es
necesario ubicarse justo en el comienzo, y allí me dejo ir, para que empiece
todo, en orden ¡recordando!
Es como una forma de querer que se repita
todo. Pero si todo se repite, si se vuelve a vivir todo, aunque sea por segunda
vez, nada más que por segunda vez, se puede correr el riesgo que, por repetido,
pueda entrar en lo común, y aquello, lo nuestro, no fue nada común.
¿Volver a vivirlo otra vez? ¡no!
Hay cosas tan hermosas que no tendrían que
suceder nunca en la vida, ni siquiera la primera vez, pero suceden y quisiéramos
a veces que todo lo hermoso lo grato, debiera quedarse en ilusión, no tener
vida nunca para que anda lo lastime, y para que no tenga fin. Pero no es
posible: tiene que existir para que haya después un postrer recuerdo, por
triste que sea, por amargo, por cruel ¡cómo el mío!
¿Acaso no es mejor recordar siempre lo que se
vivió, que volver a vivir lo que siempre se recuerda?
Yo prefiero recordar, sé que la intensidad de
un recuerdo como el que me acompaña desde entonces es lo que marca la grandeza
de un momento que pasó, lejano, pero que aún hoy después de tanto ¡no puede
olvidarse!
Hay cosas que nunca mueren, no merecen morir,
se pegan a uno y se llevan consigo, como clavadas, aunque duelan, como yo te
llevo en mis recuerdos, porque hay recuerdos que son comparables a eso que se
llega a soñar alguna vez y que queda en eso…¡en sueños! Nada más.
Y yo tengo sueños, y en ellos te veo ¡siempre!
¿Cómo? Me parece verte como una paloma blanca comiendo de mi mano…¡esa es la
imagen! ¡así se grabó en mi!¡así fuiste!¡así te sigo viendo!...comiendo en mi
mano, mientras te miraba, sabía que había ganado tu confianza, te sentí llegar
a mí y abandonarte sin temor, sin desconfiar, toda blanca, suave, quieta,
mientras yo, callado, apenas sí me atrevía a mirarte, apenas sí respiraba
cuando estaba cerca. Hubo veces que quise que mi mano libre te buscara y se
acercase para tocar tus plumas blancas, pero me detuve por miedo a asustarte
y lastimarte ¡y no te toqué! ¡Nunca!
Pero después…¿qué pasó? ¿qué le pasó a mi
mano, esa que te daba de comer? Debió de haberse cerrado sin que yo lo supiera,
ni siquiera hoy lo sé…¡cuánto debió asustarte! ¡dejaste de estar en ella y
quedé solo, con mi mano vacía! ¿Por qué?
Nunc a podré saberlo…sólo sé que ahora no soy
el mismo, pasó mucho tiempo, algo me falta, lo siento, lo séy cada vez que veo cerca
de mí una paloma blanca volando, mi mano quiere volver a abrirse otra vez,
creyendo que te ve, en un irrefrenable y desesperado impulso lleno de nostalgia
para que te acerques de nuevo a comer…como antes. Pero es en vano, ya es tarde,
ya no puede ser…y quedo con el brazo extendido, solo, triste ¡Recordando!
Aparece entonces, de golpe, toda mi rebeldía,
mi protesta, mi queja, y empiezo a gritar desesperado, siento que nada me
consuela, aprieto los puños con rabia, reniego y empiezo a preguntarme ¿por qué
tienen que existir las cosas hermosas? ¿Por qué tienen que haber palomas
blancas? ¿por qué tienen que haber manos que se cierran?
No lo sé. Sólo sé que hubo una paloma blanca
en mi vida que en mi mano comía, sé que una mano se cerró una vez, y sé también
que desde entonces quedé solo, con una sola pregunta por toda compañía, que
nada me dice pero que tanto me tortura
¿Por qué?
No lo sé. No lo he de saber nunca. Seguiré recordándote,
no podré olvidar ¡ni queriendo! Y sigo preguntándome mientras creo que todavía
vivo ¿por qué tiene que haber palomas blancas? ¿por qué, cosas hermosas? ¿Por
qué manos que se cierran?
¿por qué, por qué, por qué?...
Cuanto amor destilan estas cartas, cuantos recuerdos, cuanta añoranza. Y que pena todo haya acabado así.
ResponderEliminarCuando fueron sentidos de verdad, los recuerdos y la añoranza no terminan nunca.
EliminarMuchas gracias por tu visita.
Eduardo, desde el perfil de mi hija